Acabo de leer el “pensamiento evolutivo y preferencial del macho, al menos, hispano” (Léase la viñeta de “Test de la edad mental”) y me he planteado cuál es la evolución generalizada de nuestros políticos y de nuestra sociedad en general, y creo que se podría resumir de la siguiente manera:
La derecha es eso, derecha y, por tanto, a nadie nos engaña o extraña, independientemente de la ubicación que a veces se intente trasladar al elector; más al centro o centro derecha; pero obviamente a nadie más o menos coherente nos sorprenderá.
Lo triste es observar la evolución generalizada de la supuesta izquierda.
En principio el joven de izquierdas, adolescente muchas veces, ha tenido un perfil utópico, solidario, revolucionario, sin miedos ni presto a, en principio, ser manipulado. Pongamos que hablo de aquellos revolucionarios que se comían el capitalismo y en reuniones más propias de masones, ideaban su salida de las toperas y su anteproyecto ante lo que se vaticinaba: la democracia, salvadora y juiciosa, donde todo ser humano iba a tener los mismos derechos y obligaciones. Las mismas oportunidades, la misma dignidad y decencia. Recordar a aquellos ORTistas y Maoístas, pro países del Telón de Acero y/o de las consignas de Mao Tse Tung.
El individuo de izquierdas, ya más asentado, pero no por ello menos soñador que su adolescente compañero de ideas, plasmaba los grandes retos de la sociedad que empujaba en torno a esas gigantes puertas de una presa llamada democracia, y que parecía jamás se cerrarían, dejando paso a las ideas progresistas y limpiadoras de tan rancia y casi infinita hegemonía dictatorial. Anclados, sobre todo en el PCE, obreros de base y herederos de un bando que perdió la guerra, pero jamás su dignidad, portaban sus banderas de libertad y de aupar esta sociedad dividida por nuestro mayor pecado capital: la represión en forma de vendettas de odio, envidia y recelos.
El maduro hombre de izquierdas, más asentado en la practicidad, en la pseudointeligencia emocional, contribuía con su experiencia y su menor tono utópico a ser prioritariamente juicioso y listo; mucho menos emocional, desde luego y previendo el futuro a medio plazo: surgieron de la nada miles y miles de seguidores de un tal Pablo Iglesias y de sus doctrinas sociales e ideológicas. Como en el milagro de los peces se multiplicaron los admiradores de esa ideología que empujaba y arrollaba a muchas otras corrientes políticas. El PSOE, en definitiva parecía ser el salvador de nuestra sociedad diezmada por tantos años de represión, silencios y miedos.
Existía un ciudadano más apocado ideológicamente y más sensible a tanto cambio, muy dubitativo y poco expectante, sobre todo por el caminar duro y poco creíble de la llegada de libertades y de cambios bruscos, con aires frescos de renovación y de justicias sociales. Era, en general, un ciudadano bastante sobrio y con la evolución minante de quien ha visto demasiadas injusticias en tan extenso espacio de tiempo. Se inclinaban, como no, por un centro moderado: UCD.
Más allá de esos ciudadanos referenciados comenzaban los partidos de la derecha, evocando y con demasiada nostalgia las cruzadas de nuestra “patria”, de nuestra “Grande y Libre”. De ahí hasta llegar a posiciones paramilitares como Fuerza Nueva o similares.
Observando la edad cronológica y la edad ideológica preveo que la izquierda en este país, al día de hoy no existe, está desubicada, excluida, marginada y exiliada.
No hay utopia, no hay solidaridad, ni participación. No hay compromisos, ni consecuencias. No hay paralelismo entre la praxis y la tesis de lo que se pretende comulgar y tomar. En definitiva, al día de hoy la izquierda está no marchita sino muerta. No existe, la excomulgaron.
No fue la derecha, ni los propios dirigentes asentados en esa posición: Fue la ignorancia conducida por detractores de nuestras libertades que nos hicieron creer que aquí en este jodido país sólo había oportunidades para el bipartidismo, como en la mísera, cínica y vergonzosa guerra nuestra, donde “o eras rojo o eras fascista” y no había más. Talaron a muchos ciudadanos que sólo querían vivir en paz, trabajar y ver crecer a sus hijos sin esperar mucho más: sólo que los dejaran vivir en paz y armonía, pero nadie les preguntó.
Ahora, 70 años después, aunque la gente no dobla la boina, ni se encoge de hombros ante los administradores; aunque tampoco mira al suelo, acojonada, mientras teme la represalia verbal y fiscalizadora de supuestos protectores institucionales, ahora 70 años después las cosas en muchos sentidos poco o nada han cambiado. Se está verificando una especie de proceso de involución.
Supuestos salvadores nos coartaron la libertad de la utopía, desterraron nuestras alegrías, envenenando con falsas expectativas el sentido común, el respeto, solidaridad y la justicia; nos dividieron una y otra vez; nos engañaron e idearon con prototipos de plástico los ideales sociales: desintegrativos y competitivos; nunca solidarios y participativos: la Ley de D´Hont; la triste realidad de esa frase malsonante … “maricón el último”; de ser más fascista que muchos conocidos, a pesar de ser simples currantes, pero que en la praxis nos desalineamos con colectivos marginados, como son los emigrantes; de ser trepas sin mucho escrúpulo, a pesar de autodenominarnos demócratas; de alabar la igualdad de oportunidades y la no discriminación, pero llegado el caso, disfrazar esa cohesión con mirar hacia otro lado. Y es que no hay peor fascista que el currito que se queja de ello y luego ejerce de modo sistemático esa patología social, cual soldadito de mili, cual fagocitosis institucional.
Finalmente ese deambular evolutivo se mezcla, se revuelve y fácilmente vemos en el ejecutivo del bipartidismo existente, gente de muy diversa etnia ideológica, cual tema de Sabinas:
Putones verbeneros ostentando cargos muy representativos por decretos testiculares, personales sindicales comprados por, inicialmente, incómodas actitudes, y finalmente apoltronados en puestos de confianza; transfugas ideológicos docilizados con comisiones de muy dudosa ética; pseudocenicientas menopaúsicas seducidas por concejalías o cargos similares, que pretendiendo sean vitalicios, finalmente se disolverán; representantes ejecutivos acocainados; antecesores de representantes falangistas, ORTistas, Pseudoizquierdosos desunidos, y un largo elenco de figuras políticamente correctas, que pretendiendo ser de un signo u otro son, fundamentalmente primos mal avenidos, que con su actitud y aptitud soez y cínica pretenden darnos lecciones de ética y de buenas maneras; cogernos de la mano y conducirnos hacia el camino de la “salvación social”.
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